Siempre
dispuesta a decir adiós pero casi nunca consigue pronunciarlo. Le horroriza
pensar que algún día, se tendrá que enfrentar a un adiós de verdad; esos que
duelen, te matan lentamente y te obligan a la costumbre de echar de menos a
quien un día fue tu todo. Muchas veces por esos motivos, por ese egoísmo de no
querer ser quien escucha el adiós, quien sufre las consecuencias de oír cerrar
la puerta antes de pestañear por primera vez un lunes por la mañana; se va.
Decide
una noche en silencio que es hora de dejar la cama, el corazón a quien un día quiso.
Decide abandonar las sabanas que la protegían de los monstruos, recoge las
lágrimas que dejo en la alacena de la cocina y lo ve dormido por última vez. Un
pinchazo, dos pinchazos, tres pinchazos y su corazón vuelve a sangrar al saber
que esa será la última vez que lo verá dormido plácidamente, creyendo que
cuando se despierte, la vera tumbada junta a él; y se equivoca.
Inspira
hondo. Mete el último beso en la maleta y abre la puerta, vive cada minuto como
si se fuese a morir al cruzar la puerta y así será, amar es sentir, vivir…pero
también morir, ella lo sabe mejor que nadie. Ha decidido tirar su hogar por la
ventana porque le da miedo saber que un día podría haber sido ella quien estuviese
durmiendo, creyendo que él estaba a su lado y realmente, se estaba yendo por la
puerta principal en silencio como lo está haciendo ella.
Podéis
decir que su actitud es de cobarde, yo tan sólo lo atribuyo al miedo de sentir
de más, a vivir de más, a morir de más, a llorar de más, a creer que no es
capaz de vivir en sus propias carnes el agrio sabor a una última despedida sin
saber que lo es.