6/29/2014

El último adíos en los labios de ella, sin que lo supiese él.

Siempre dispuesta a decir adiós pero casi nunca consigue pronunciarlo. Le horroriza pensar que algún día, se tendrá que enfrentar a un adiós de verdad; esos que duelen, te matan lentamente y te obligan a la costumbre de echar de menos a quien un día fue tu todo. Muchas veces por esos motivos, por ese egoísmo de no querer ser quien escucha el adiós, quien sufre las consecuencias de oír cerrar la puerta antes de pestañear por primera vez un lunes por la mañana; se va.

Decide una noche en silencio que es hora de dejar la cama, el corazón a quien un día quiso. Decide abandonar las sabanas que la protegían de los monstruos, recoge las lágrimas que dejo en la alacena de la cocina y lo ve dormido por última vez. Un pinchazo, dos pinchazos, tres pinchazos y su corazón vuelve a sangrar al saber que esa será la última vez que lo verá dormido plácidamente, creyendo que cuando se despierte, la vera tumbada junta a él; y se equivoca.

Inspira hondo. Mete el último beso en la maleta y abre la puerta, vive cada minuto como si se fuese a morir al cruzar la puerta y así será, amar es sentir, vivir…pero también morir, ella lo sabe mejor que nadie. Ha decidido tirar su hogar por la ventana porque le da miedo saber que un día podría haber sido ella quien estuviese durmiendo, creyendo que él estaba a su lado y realmente, se estaba yendo por la puerta principal en silencio como lo está haciendo ella.


Podéis decir que su actitud es de cobarde, yo tan sólo lo atribuyo al miedo de sentir de más, a vivir de más, a morir de más, a llorar de más, a creer que no es capaz de vivir en sus propias carnes el agrio sabor a una última despedida sin saber que lo es.